Sabemos que la
amistad es una relación de afecto que se establece entre dos o más
personas, en la que hay valores esenciales como el amor, la lealtad, la
solidaridad, la incondicionalidad, la sinceridad y el compromiso. Que se
cultiva con el trato asiduo y el interés recíproco a lo largo del tiempo.
Veamos quiénes y en qué circunstancias unos amigos juraron mantener algo en
secreto.
Eran estudiantes
de la escuela técnica de la calle Vieytes del barrio Barracas, de
la ciudad de Buenos Aires. Cursaban el primer año de la escuela secundaria. Eran cuatro amigos que estaban saliendo de su infancia y la
adolescencia les había llegado con la fuerza propia de la edad. Había
despertado en ellos la atracción por las chicas. Diariamente a la salida
de la escuela iban presurosos, en procura de amigas, a un cercano colegio.
Corrían los años sesenta, y aquellos amigos estaban unidos por una pasión: el
fútbol.
Jorge, Carlos,
Felipe y el “Tano” Chianese habían consolidado una verdadera amistad, gracias al
fútbol. El Tano era un férreo defensor y transmitía seguridad al resto del
equipo. Era esa clase de jugador que no puede faltar, especialmente cuando se
juega algo importante. Siempre bien vestido y pulcro, además, era un pibe
pintón.
Una vez a la
semana iban a Núñez, a la clase de gimnasia en el Centro de
Educación Física Nº 1. Se trasladaban del barrio de Barracas al barrio de
Núñez. Debían ir a Retiro a tomar el tren. Ese viaje era de sólo unos cuarenta y
cinco minutos y se realizaba con el bullicio propio de la edad. En uno de
aquellos viajes semanales, a uno de estos inseparables amigos, se le ocurrió
hacer una pregunta:
-Ché Tano ¿dónde
vivís? -preguntó Felipe, mientras el colectivo se acercaba a la estación de
Retiro donde habitualmente tomaban el tren. Mientras, Carlos y Jorge
participaban en silencio del diálogo. La pregunta fue espontánea y el silencio
forzaba una respuesta.
-Aquí en Retiro contestó
rápidamente el Tano.
-¿Pero dónde
exactamente? -reiteró Felipe buscando precisión en la respuesta.
-Por allá, en aquel
edificio -dijo el Tano, mientras señalaba unos edificios del lugar.
El diálogo terminó en
ese momento y para todos el Tano Chianese (así lo llamaban) vivía en uno de
aquellos edificios que él había señalado. El viaje continuó con el habitual
bullicio y pleno de diálogos.
Transcurrían los días de
aquel primer año de la secundaria, entre el estudio y los partidos de fútbol. Con
la primavera, llegaron los Juegos Intercolegiales. El equipo de fútbol de
aquella escuela técnica de la calle Vieytes estaba preparado para competir,
pues habían entrenado arduamente. Se supo la fecha del primer partido, todos
ansiosos esperaban el encuentro. El día anterior se reunieron, pero había
faltado a la escuela el Tano Chianese.
-¿Qué hacemos? No
podemos jugar sin el Tano -dijo Carlos, con gestos de preocupación.
-Preguntemos al
Preceptor dónde vive, cuál es el domicilio y vayamos a buscarlo- dijo Felipe
Carlos, Jorge y
Felipe preguntaron, obtuvieron la dirección y fueron en
busca del cuarto miembro del inseparable grupo. Para allá partieron tras
finalizar la jornada escolar. La dirección era por el barrio de Retiro, tal
como había dicho el Tano.
Tenían que ir a la
Avenida de los Inmigrantes, la altura y el número de casa anotado en un
papelito. Para estos tres amigos el lugar era desconocido. Por lo tanto,
primero fueron a la estación de Retiro, allí preguntaron y les indicaron tomar
hacia una de las puertas de acceso del puerto de Buenos Aires. Ya en aquel
acceso, volvieron preguntar y les indicaron caminar en dirección de la Avenida
de los Inmigrantes. Era de noche, la zona era muy oscura, mientras caminaban
hacia el lugar indicado veían que las casas eran de feo aspecto. No estaban
yendo hacia el edificio que había señalado el Tano. Preguntaron nuevamente y
les dijeron:
-Aquella es la
casa que buscan.
Los tres amigos,
con asombro, vieron que el barrio era de casas muy humildes. El lugar era la
Villa de Retiro. Miradas de asombro se cruzaron, porque si golpeaban en aquella
casa se descubriría la mentira que, seguramente por vergüenza, el
Tano había mantenido desde un primer momento.
-Si nos
presentamos en esa casa humillaremos al Tano -dijo Felipe
-Entonces, no vivía donde nos dijo
-replicó Carlos
-Es nuestro amigo,
no podemos hacerlo sentir mal -dijo Jorge
-Debemos jurar que
nunca vamos a decirle a nadie lo que hemos descubierto hoy y bajo ninguna
circunstancia. Nunca jamás hablaremos entre nosotros sobre el tema.
Debemos callar por siempre, por nuestro amigo ¿Están de acuerdo? -preguntó
Felipe.
Tras ese acuerdo
se alejaron del lugar, sin hacer comentario alguno. Aquella noche de primavera
se despidieron con el pensamiento fijado en el silencio que habían juramentado.
Al día siguiente se jugó el esperado partido de fútbol con ausencia del Tano
Chianese.
Los días de estudio y
fútbol transcurrían. La amistad de esos cuatro amigos crecía día a día y el
secreto guardado no afectaba la amistad alcanzada. Habría de llegar el momento
en que se probaría aquel secreto juramentado.
En los sesenta,
era el tiempo de los bailes en la casa de algún amigo. Se los
denominaba “asaltos”. Uno ponía la casa, se invitaba a chicos y chicas
conocidos. Todos traían algo para beber y comer. Se realizaban los sábados,
desde las 23 horas hasta las primeras horas del domingo.
En aquellos
asaltos, no se solía tomar bebidas alcohólicas, pero en uno de ellos
las hubo y el Tano Chianese se puso alegre, es decir, se emborrachó. La noche
de baile terminó y cada uno de los asistentes se despidió agradeciendo al dueño
de casa. Los asistentes se fueron yendo hasta quedar unos pocos, entre lo que
se encontraban estos cuatro inseparables amigos. El Tano no podía ir sólo a la
casa, había que llevarlo, estaba muy borracho.
-¿Qué hacemos? No
puede irse solo -comentó Carlos
-Llevémoslo nosotros
tres a la casa, ya sabemos dónde vive -dijo Felipe
-¡Está borracho! Nosotros
lo llevaremos a la casa -dijo a los demás Jorge, y salieron lentamente. Nadie debía
enterarse donde vivía el Tano.
Cuando estaban en la
puerta de salida del asalto, repentinamente el Tano se paró firme y dijo:
-Muchachos, ya
estoy bien, puedo irme solo
-De acuerdo, Tano,
tené cuidado -dijeron al unísono los tres amigos
El Tano se fue
caminando solo hacia su casa. Esa noche los tres amigos protegieron el secreto
que tenían en sendos pechos. Aquella fue la única vez que corrió riesgo el
secreto guardado. Los años pasaron, la escuela técnica terminó y estos tres
amigos guardaron siempre ese secreto juramentado, que podía humillar a su tan
querido amigo. Aquel juramento fue una muestra de lealtad y compromiso
incondicionales.
Hoy día sólo se reúnen
tres de los cuatro. Nunca más se vieron con el Tano Chianese, nunca más
supieron de él. Estos amigos recuerdan aquel juramento como un acto de amor a
su amigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario