miércoles, 4 de abril de 2018

Extraño fruto - Elida Cantarella


Aquella mañana, ni bien despuntaba el alba, el alboroto de una compañía  estatal le perturbó el sueño. Abrió la ventana y observó con curiosidad el despliegue de operarios, maquinarias y equipos que se desplazaban en las inmediaciones de su chacra. Se vistió con premura y mascullando incertidumbre fue al encuentro de aquellos hombres. El encargado del operativo le mostró una identificación y el papel que lo acreditaba para realizar una serie de estudios en la propiedad. Con  mezcla de disgusto y contrariedad  permitió el ingreso de los “invasores”. Fue testigo de mediciones y perforaciones en los terrenos. Al anochecer se despidieron y le notificaron que a la brevedad se le informaría sobre los resultados de los estudios realizados en la jornada.
Cuando llegó la cedula de expropiación de las tierras se reveló atrincherándose en el interior de la finca, desde donde disparaba rosarios de improperios y amenazas. Esa actitud fue tomada como una rebelión y se ordenó un procesamiento judicial. 
Fue así como Don Francisco Giovanoni tuvo que comparecer ante un tribunal encargado de dictaminar justicia. Se lo juzgaba por el delito de resistencia a las autoridades. Las declaraciones del viejo inmigrante se basaban en sus derechos sobre la propiedad y todo elemento constituido en el perímetro de sus tierras. El notario público no lograba hacerle entender que, ante tal hallazgo, debía vender los terrenos al fisco. Un martillero, perteneciente al erario nacional, triplicó la suma de dinero para resarcir a Francisco Giovanoni.
Familiares del imputado y público en general recibieron con beneplácito la conveniencia de dicha transacción. Pero…el obstinado Don Pancho no daba el brazo a torcer y elevó su voz: - “pero hombre, si ella me ha acompañado desde mi tierra natal, ¡era tan chiquita! En frías noches de invierno la abrigué y la cuidé para que las heladas no la vencieran. Si hasta me esperó con los brazos abiertos cuando volví a mi pueblo. Y pensar que me  había despedido con un adiós.  ¡Ahora me la quieren arrancar de mi lado! Ella, tan fiel. Vine a la América, señor juez, y en esta tierra prodiga conocí a una argentina que luego fue esposa y madre de mis hijos. Pronto sobrevino la nostalgia por el terruño que había dejado y enfermé. Seguí los consejos de mi médico y regresé a mi patria. En el barco, acunada por las olas del Atlántico, nació mi segunda hija. Allá, se repitió la historia del desarraigo, mi esposa extrañaba su lugar, su tierra, su gente, y emprendimos el regreso. ¿Quién cree usted que me estaba esperando? Ella, vigorosa y radiante. Si hasta cuando entonaba alguna calzoneta y las lágrimas escapaban de mis ojos me abrazaba a ella y me transmitía su energía. Y… allí estaba este duro otra vez en pie, peleando contra las sequías, la paja brava que abría surcos en mis manos, y, de noche dormía con un solo ojo, había que estar alerta ante la visita a los gallineros de los zorros y las comadrejas. ¿Y  usted dice, señor juez, que debo vender mi chacra al Estado? No. No puedo por ella. Es muy añosa, no la podría trasladar, no lo soportaría, moriría en el intento. La traje de mi campiña siendo apenas un retoño. Ahora, con sus años, la pobre se secaría…
…Y ustedes pretenden, a cambio, hacerme ingresar a un mercado inmobiliario que desconozco. No me interesa ser socio accionista del barrio privado “Malibù” que se está construyendo en cercanías de la rotonda. Tampoco me agrada, señor juez, acceder a una residencia dentro del ”country”. Quiero vivir los últimos años de vida en la libertad que me da la apertura de mi chacra, sin guardias, sin seguridad, sin murallas que  tapen el sol.
¡Ustedes contemplan solamente las ganancias a obtener de esos gases que manan al lado de ella!
¿Petróleo? ¡No me vengan con cosas raras!
Yo no sembré semillas de esa especie. Planté olivos, nogales, hice almácigos de alcauciles, coles, alcaparras, pero de petróleo, no. Entonces…¿Cómo harán para recoger sus frutos?
¿Petróleo? ¿Justo al lado de la higuera?
¡No, señor juez! Esos fluidos son el producto de tantas brevas caídas a su alrededor. Bien generosa que fue. Si hasta el color de ese líquido espeso que ustedes llaman petróleo se asemeja al violáceo de la cáscara.   

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