Crees saberlo
todo. Lo analizaste, estudiaste, repetiste y sabes cada uno de los pasos a seguir. Nada puede ni va a fallar. La ropa en la valija, los pasajes
junto a los documentos, todo listo. Asumes que la vida, la vieja, la que crees
dejar en recuerdos cabe en una valija, que 2, 4, 10, 125, 1340 fotos son
suficientes. Te equivocas. No lo
son, nunca lo serán. También crees
que la vida, la real, la que te mereces, la buena, la que aún no te tocó esta
allá, a un paso, en la otra provincia, ciudad o al otro lado del océano. Sin
embargo, los problemas te esperan allí, si, también están agazapados,
disimulados, hambrientos y golosos. Cuando menos lo esperas, te encuentras
mirando al cielo, con el cuello rojo de bronca, implorando, buscando
respuestas, desesperado, desencajado y desilusionado.
Nunca, nunca, jamás
serás uno más. Siempre serás del otro grupo, incluso cuando creas que ya sos
parte, que conseguiste pertenecer, no lo eres. Deberás aprender la historia, el
lenguaje, las costumbres, las comidas, tendrás que dejar las tuyas de lado, no
del todo, aunque quieras no podrás, jamás. Cuando creas haber olvidado tus
costumbres y adquirido las nuevas sentirás el dolor de no ser. Lo nuevo no te
es familiar y lo viejo ya no es como antes. Entonces un haz de tristeza te
inunda nuevamente el pecho, como la vez de la despedida, un aire seco, algo
tibio que derrumba los pocos latidos con los que cuentas.
Recetas.
Recetas son lo que buscas, recetas e instrucciones. ¿Las instrucciones? ¿Dónde
están las instrucciones para emigrar y no morir de dolor, tristeza,
desesperanza o silencio? Los pasos deben ser simples. Simples, claros y
concisos, sin exigencias, sin complicaciones, directos como un rayo de sol o
una piña al mentón. Deberás levantarte bien temprano, dos horas son
suficientes. Desayunas un café con leche o mate cocido y dos panes con
mermelada, igual que en casa. Estudias tres nuevas palabras: un sustantivo, una
comida y un verbo. Te abrigarás como
nunca antes lo habías hecho, como en las películas pensarás,
y te reirás por dentro.
Caminarás cinco, diez o quince minutos hasta la parada del
colectivo. Subirás e indicarás el destino, el conductor te mirará, girará la
cabeza hacia ambos lados y te quitará la vista de encima, no desesperes, es así
siempre (mejor despreciar que ayudar). Paga con un billete grande y de ser
posible nuevo, espera el cambio. Si llega la próxima parada y no lo recibes,
toma tu asiento. Mejor perder unas monedas que ganarse un enemigo. Trabajarás
las horas necesarias, siempre más horas que tus colegas...dos, cinco, seis o doce más serán suficiente.
Tomarás el colectivo como durante la
mañana hacia el curso de idiomas. Ese es el mejor momento del día, podrás
compartir tus experiencias con los demás inmigrantes, esos que el primer día
fueron desconocidos, luego amigos y finalmente familia, hermanos. Por única vez
en el día no te sentirás solo. Estudiarán duro y aprenderán rápido. Al regresar
a casa, pasarás por el mercado, comprarás un tomate y seis salchichas, comerás
dos y dejarás cuatro para la semana siguiente. Si tienes suerte mañana toca
arroz o fideos. Luego de cenar estudiarás nuevamente, copiarás las noticias del
día en tu cuaderno, te sentirás en la primaria nuevamente pero eso ayudará,
créeme te ayudará mucho. Algunas palabras no las entenderás al principio pero
con el correr de los días ya serán parte de tu vocabulario. Sentirás frío al
acostarte, sentirás silencios agudos, esperanza difusa y dormirás, como un
inmigrante, profundo y con sueños de a montón.
No olvides jamás
lo siguiente: agradece, siempre agradece, reiteradas veces de ser posible. Y
pide perdón, no debes minimizar el poder del perdón. Nunca debes dejar pasar la
oportunidad de bajar la cabeza. Si lo haces tendrás las armas de tu lado, no
darás motivos, quizás así sí asistirás al acto del jardín de tu hijo, quizás.
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