Las gallinas se arremolinaban alrededor
de Benedetta mientras les arrojaba puñados de maíz. Sus tres hijos jugaban
tranquilos en el patio.
Hacía ya quince años que Benedetta y
su esposo Agostino habían dejado el pequeño pueblo de su Liguria natal en busca
de un lugar más próspero en un rincón de paz. A veces, algún pensamiento nostálgico
se cruzaba en su camino. Pero al observar el trigal con las espigas maduras
ondeando al compás del viento, se sintió bendecida. No faltaría más el pan en
su mesa.
Los gritos de alegría de los niños la
sacaron de su abstracción. Llegaba Agostino. Había ido en sulky hasta el
almacén de ramos generales de don Pedro, al lado de la estación de ferrocarril,
apenas a una legua de distancia.
Para los hijos, el regreso del padre
era siempre una fiesta porque invariablemente les traía alguna golosina. Esta
vez, la sorpresa fue para Benedetta: había llegado una encomienda de Italia.
Una caja que abrió con manos temblorosas y sin contener la ansiedad. Para su
gran asombro, se encontró con el tarrito de la
abuela, aquel donde ella guardaba un “polvito mágico”, que con solo dos
cucharadas que agregaba a sus tortas las transformaba en un manjar. Mientras acariciaba
el objeto con la punta del delantal se secaba las lágrimas. En un instante, se vio en la infancia sentada a la mesa grande de la
cocina junto a hermanos, primos y a su querida abuela sirviéndoles una taza de
leche caliente y un trozo de torta. Sonidos, colores, sabores y olores
envolvieron a Benedetta.
No había ninguna nota. Pero no le dio
importancia porque solía suceder. Estaba segura que pronto llegaría una carta.
¡Estaba tan contenta de ser la
poseedora del tarrito y su magia en polvo! Sin demora, Benedetta comenzó a
hornear tortas, bizcochuelos, masitas… aunque sabían bien, no tenían aquel
gusto de la niñez que tan bien recordaba. Tampoco lograba que leudaran correctamente.
Una tarde, mientras Benedetta y Agostino estaban tomando unos
mates en el corredor de la casa y degustando un budín, vieron acercarse a Juan
Velázquez al trote de su tobiano. Era un buen vecino y una persona muy
servicial. Ese día, traía una carta de Italia,
que había llegado en el tren de la tarde. El encargado del almacén le había
pedido que de paso se la llevara a doña Benedetta.
No aceptó la invitación del matrimonio
a pasar un rato con ellos. Solo tomó un mate en el estribo y partió al galope.
En el cielo, nubes grises y negras amenazaban con una tormenta. Ya se veían
algunos relámpagos y había comenzado a soplar un viento arrachado.
Benedetta abrió el sobre emocionada.
Era la letra inconfundible de su hermana mayor. Sin embargo, esa emoción se fue
transformando a medida que avanzaba la
lectura. Como nunca antes en su vida comenzaron a temblarle las manos y sus
ojos parecían desorbitados.
“…esperamos
que te llegue bien el tarrito de la abuela. Nosotros sabemos lo que la querías.
Para que la tengas muy dentro de ti, cerquita del corazón, te lo enviamos junto
con sus cenizas."
No hay comentarios:
Publicar un comentario