miércoles, 12 de enero de 2022

El tarrito de la abuela - Ester Bossi

 

Las gallinas se arremolinaban alrededor de Benedetta mientras les arrojaba puñados de maíz. Sus tres hijos jugaban tranquilos en el patio.

Hacía ya quince años que Benedetta y su esposo Agostino habían dejado el pequeño pueblo de su Liguria natal en busca de un lugar más próspero en un rincón de paz. A veces, algún pensamiento nostálgico se cruzaba en su camino. Pero al observar el trigal con las espigas maduras ondeando al compás del viento, se sintió bendecida. No faltaría más el pan en su mesa.

Los gritos de alegría de los niños la sacaron de su abstracción. Llegaba Agostino. Había ido en sulky hasta el almacén de ramos generales de don Pedro, al lado de la estación de ferrocarril, apenas a una legua de distancia.

Para los hijos, el regreso del padre era siempre una fiesta porque invariablemente les traía alguna golosina. Esta vez, la sorpresa fue para Benedetta: había llegado una encomienda de Italia. Una caja que abrió con manos temblorosas y sin contener la ansiedad. Para su gran asombro, se encontró con el tarrito de la abuela, aquel donde ella guardaba un “polvito mágico”, que con solo dos cucharadas que agregaba a sus tortas las transformaba en un manjar. Mientras acariciaba el objeto con la punta del delantal se secaba las lágrimas. En un instante, se vio en la infancia sentada a la mesa grande de la cocina junto a hermanos, primos y a su querida abuela sirviéndoles una taza de leche caliente y un trozo de torta. Sonidos, colores, sabores y olores envolvieron a Benedetta.

No había ninguna nota. Pero no le dio importancia porque solía suceder. Estaba segura que pronto llegaría una carta.

¡Estaba tan contenta de ser la poseedora del tarrito y su magia en polvo! Sin demora, Benedetta comenzó a hornear tortas, bizcochuelos, masitas… aunque sabían bien, no tenían aquel gusto de la niñez que tan bien recordaba. Tampoco lograba que leudaran correctamente.

 

Una tarde, mientras  Benedetta y Agostino estaban tomando unos mates en el corredor de la casa y degustando un budín, vieron acercarse a Juan Velázquez al trote de su tobiano. Era un buen vecino y una persona muy servicial. Ese día, traía una carta de Italia, que había llegado en el tren de la tarde. El encargado del almacén le había pedido que de paso se la llevara a doña Benedetta.

No aceptó la invitación del matrimonio a pasar un rato con ellos. Solo tomó un mate en el estribo y partió al galope. En el cielo, nubes grises y negras amenazaban con una tormenta. Ya se veían algunos relámpagos y había comenzado a soplar un viento arrachado.

Benedetta abrió el sobre emocionada. Era la letra inconfundible de su hermana mayor. Sin embargo, esa emoción se fue transformando a medida  que avanzaba la lectura. Como nunca antes en su vida comenzaron a temblarle las manos y sus ojos parecían desorbitados.

“…esperamos que te llegue bien el tarrito de la abuela. Nosotros sabemos lo que la querías. Para que la tengas muy dentro de ti, cerquita del corazón, te lo enviamos junto con sus cenizas."

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