viernes, 23 de noviembre de 2018

La descripción - Federico Dobal


Una descripción, busco una descripción perfecta, una descripción que encuentre las palabras pulidas para decirlo sin que se note la intención. La voz del tango calumnia los deseos de quien escribe estas líneas. Deseo pensar en la descripción perfecta, del amor ciego sin flecos, de esos abrazos calientes como un cielo o un hielo, de esos goles que no pudimos, o no supimos gritar, y de aquellos que gritamos sin razón, de la conciencia feliz de estela, de las miradas que decían todo sin gastar palabras. Con los nervios por las nubes espero un silencio que no vendrá. La música de jazz suena al final del bar, los murmullos de la cocina y del gordo que come pan me destruyen el momento. Cuanto quisiera tener alrededor de esta mesa vacía a mis amigos de la primera amistad, aquella que fue un misterio, misterio de sombras aisladas en una risa de terciopelo, esperas anuladas por la carcajada fuera de lugar, de infinito tiempo muerto. Un hilo azul de almas y cuerpos. Una explosión de senderos iluminados con papel crepé. Una burbuja a punto de explotar. Los minutos pasan y la descripción perfecta se escurre como arena entre mis dedos. El cuadro del gallo bebiendo agua del charco me inspira una verdad absoluta, definitivamente tendré que conformarme con una descripción ordinaria, de papel y lápiz, en blanco y negro, sobre una hoja arrugada manchada con aceite de ensalada, simple y directa, como un haz de luz. Será tan simple como contar un recuerdo, recuerdo de mano helada, fría como los pies mojados un día de lluvia, su brazo entornado a mi espalda, exorcizando las lágrimas justo antes de que broten como látigos. Aquel abrazo fue un contrato, no necesitamos hablar ni decir más, ambos sabíamos que ese simple gesto nos había salvado la vida, no la vida que todos perderemos algún día sino la vida en desarrollo, la de todos los días. Fue ese momento de inflexión en donde comprendés todo, ambos supimos respetar el silencio. Cuando comprendés que las palabras sobran, así como sobran cuando una copa estalla en pedazos. Sin embargo, ese fue el momento máximo, como si todo  el resto estuviese de más. Podríamos haber muerto en ese preciso instante y hubiésemos sido asquerosamente felices, ya nada más importó. La misión estaba cumplida, pero cómo saberlo. No importó. Ese momento fue la máxima expresión de dos amigos que se conocían como hermanos, incluso más aún, si al fin de cuentas hemos pasado más tiempo juntos que con nuestros propios hermanos. La ansiada descripción se desvaneció entre palabras, música de jazz, un cuadro, libros ajados y un recuerdo que no pensaba encontrar. No pude evitar traerlo a estas líneas que mienten y dicen verdades al filo de un corazón que late con fuerza, sin pedir permiso para llorar, explotar o morir.

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