viernes, 23 de noviembre de 2018

Juraron mantener ese secreto - Néstor Fredes

Sabemos que la amistad es una relación de afecto que se establece entre dos o más personas, en la que hay valores esenciales como el amor, la lealtad, la solidaridad, la incondicionalidad, la sinceridad y el compromiso. Que se cultiva con el trato asiduo y el interés recíproco a lo largo del tiempo. Veamos quiénes y en qué circunstancias unos amigos juraron mantener algo en secreto.

Eran estudiantes de la escuela técnica de la calle Vieytes del barrio Barracas, de la ciudad de Buenos Aires. Cursaban el primer año de la escuela secundaria. Eran cuatro amigos que estaban saliendo de su infancia y la adolescencia les había llegado con la fuerza propia de la edad. Había despertado en ellos la atracción por las chicas. Diariamente a la salida de la escuela iban presurosos, en procura de amigas, a un cercano colegio. Corrían los años sesenta, y aquellos amigos estaban unidos por una pasión: el fútbol.
Jorge, Carlos, Felipe y el “Tano” Chianese habían consolidado una verdadera amistad, gracias al fútbol. El Tano era un férreo defensor y transmitía seguridad al resto del equipo. Era esa clase de jugador que no puede faltar, especialmente cuando se juega algo importante. Siempre bien vestido y pulcro, además, era un pibe pintón.
Una vez a la semana iban a Núñez, a la clase de gimnasia en el Centro de Educación Física Nº 1. Se trasladaban del barrio de Barracas al barrio de Núñez. Debían ir a Retiro a tomar el tren. Ese viaje era de sólo unos cuarenta y cinco minutos y se realizaba con el bullicio propio de la edad. En uno de aquellos viajes semanales, a uno de estos inseparables amigos, se le ocurrió hacer una pregunta:
-Ché Tano ¿dónde vivís? -preguntó Felipe, mientras el colectivo se acercaba a la estación de Retiro donde habitualmente tomaban el tren. Mientras, Carlos y Jorge participaban en silencio del diálogo. La pregunta fue espontánea y el silencio forzaba una respuesta.
-Aquí en Retiro contestó rápidamente el Tano.
-¿Pero dónde exactamente? -reiteró Felipe buscando precisión en la respuesta.
-Por allá, en aquel edificio -dijo el Tano, mientras señalaba unos edificios del lugar.
El diálogo terminó en ese momento y para todos el Tano Chianese (así lo llamaban) vivía en uno de aquellos edificios que él había señalado. El viaje continuó con el habitual bullicio y pleno de diálogos.
Transcurrían los días de aquel primer año de la secundaria, entre el estudio y los partidos de fútbol. Con la primavera, llegaron los Juegos Intercolegiales. El equipo de fútbol de aquella escuela técnica de la calle Vieytes estaba preparado para competir, pues habían entrenado arduamente. Se supo la fecha del primer partido, todos ansiosos esperaban el encuentro. El día anterior se reunieron, pero había faltado a la escuela el Tano Chianese.
-¿Qué hacemos? No podemos jugar sin el Tano -dijo Carlos, con gestos de preocupación.
-Preguntemos al Preceptor dónde vive, cuál es el domicilio y vayamos a buscarlo- dijo Felipe
Carlos, Jorge y Felipe preguntaron, obtuvieron la dirección y fueron en busca del cuarto miembro del inseparable grupo. Para allá partieron tras finalizar la jornada escolar. La dirección era por el barrio de Retiro, tal como había dicho el Tano.
Tenían que ir a la Avenida de los Inmigrantes, la altura y el número de casa anotado en un papelito. Para estos tres amigos el lugar era desconocido. Por lo tanto, primero fueron a la estación de Retiro, allí preguntaron y les indicaron tomar hacia una de las puertas de acceso del puerto de Buenos Aires. Ya en aquel acceso, volvieron preguntar y les indicaron caminar en dirección de la Avenida de los Inmigrantes. Era de noche, la zona era muy oscura, mientras caminaban hacia el lugar indicado veían que las casas eran de feo aspecto. No estaban yendo hacia el edificio que había señalado el Tano. Preguntaron nuevamente y les dijeron:
-Aquella es la casa que buscan.
Los tres amigos, con asombro, vieron que el barrio era de casas muy humildes. El lugar era la Villa de Retiro. Miradas de asombro se cruzaron, porque si golpeaban en aquella casa se descubriría la mentira que, seguramente por vergüenza, el Tano había mantenido desde un primer momento.
-Si nos presentamos en esa casa humillaremos al Tano -dijo Felipe
-Entonces, no vivía donde nos dijo -replicó Carlos
-Es nuestro amigo, no podemos hacerlo sentir mal -dijo Jorge
-Debemos jurar que nunca vamos a decirle a nadie lo que hemos descubierto hoy y bajo ninguna circunstancia. Nunca jamás hablaremos entre nosotros sobre el tema. Debemos callar por siempre, por nuestro amigo ¿Están de acuerdo? -preguntó Felipe.
-Sí,  de acuerdo -dijeron sin dudar Carlos y Jorge.
Tras ese acuerdo se alejaron del lugar, sin hacer comentario alguno. Aquella noche de primavera se despidieron con el pensamiento fijado en el silencio que habían juramentado. Al día siguiente se jugó el esperado partido de fútbol con ausencia del Tano Chianese.
Los días de estudio y fútbol transcurrían. La amistad de esos cuatro amigos crecía día a día y el secreto guardado no afectaba la amistad alcanzada. Habría de llegar el momento en que se probaría aquel secreto juramentado.
En los sesenta, era el tiempo de los bailes en la casa de algún amigo. Se los denominaba “asaltos”. Uno ponía la casa, se invitaba a chicos y chicas conocidos. Todos traían algo para beber y comer. Se realizaban los sábados, desde las 23 horas hasta las primeras horas del domingo.
En aquellos asaltos, no se solía tomar bebidas alcohólicas, pero en uno de ellos las hubo y el Tano Chianese se puso alegre, es decir, se emborrachó. La noche de baile terminó y cada uno de los asistentes se despidió agradeciendo al dueño de casa. Los asistentes se fueron yendo hasta quedar unos pocos, entre lo que se encontraban estos cuatro inseparables amigos. El Tano no podía ir sólo a la casa, había que llevarlo, estaba muy borracho.
-¿Qué hacemos? No puede irse solo -comentó Carlos
-Llevémoslo nosotros tres a la casa, ya sabemos dónde vive -dijo Felipe
-¡Está borracho! Nosotros lo llevaremos a la casa -dijo a los demás Jorge, y salieron lentamente. Nadie debía enterarse donde vivía el Tano.
Cuando estaban en la puerta de salida del asalto, repentinamente el Tano se paró firme y dijo:
-Muchachos, ya estoy bien, puedo irme solo
-De acuerdo, Tano, tené cuidado -dijeron al unísono los tres amigos
El Tano se fue caminando solo hacia su casa. Esa noche los tres amigos protegieron el secreto que tenían en sendos pechos. Aquella fue la única vez que corrió riesgo el secreto guardado. Los años pasaron, la escuela técnica terminó y estos tres amigos guardaron siempre ese secreto juramentado, que podía humillar a su tan querido amigo. Aquel juramento fue una muestra de lealtad y compromiso incondicionales.

Hoy día sólo se reúnen tres de los cuatro. Nunca más se vieron con el Tano Chianese, nunca más supieron de él. Estos amigos recuerdan aquel juramento como un acto de amor a su amigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario