lunes, 23 de diciembre de 2019

Breve estadía - Ester Bossi


La ubicación del hotel boutique en lo alto del cerro privilegiaba la vista de la ciudad. A sus pies, las aguas calmas del lago sólo eran perturbadas por alguna brisa inquieta. A lo lejos, los cerros se erguían soberbios, cubiertos por la nieve del inverno que se alejaba sin apuro.
El salón vidriado del primer piso permitía al viejo escritor amalgamarse con la naturaleza.
Hacía pocas horas que se había alojado en el hotel. Según sus palabras, el propósito era terminar un trabajo. Quizá, la magnificencia del lugar le confería tranquilidad para alcanzar la inspiración que necesitaba. Por momentos, su lápiz se movía con frenesí sobre la hojas de un rústico cuaderno, como intentando acortar un tiempo que lo apuraba; en otros, se recluía en sus propios pensamientos. Observaba el paisaje cambiante: el lago abrillantando por el sol y los techos verdes y rojos de las casas dispersas en el valle. Cuando llegaban las sombras y cobraban vida las luces de la ciudad, los cerros se transformaban en colosos oscuros que amedrentaban. Sin embargo, nadie podía resistirse a la atracción de esa postal de la naturaleza.
En los momentos de quietud, la mente del viejo escritor parecía entrar en un misterioso trance. Tal vez, esa ensoñación lo llevara a un mundo irreal, afiebrado de ideas, donde lo acompañaran duendes y criaturas mágicas.
Quizá, escalaba la oscuridad de los cerros y ponía luz en las grietas tenebrosas. A lo mejor, volaba junto a los cóndores en las alturas, caminaba con lentitud por el verde faldeo de las montañas, o se adentraba en el bosque para trepar a las viejas araucarias.
Es probable que, después de bañarse en cascadas de espuma, se sentara a descansar sobre un musgoso tronco a la orilla de algún río mientras escuchaba atento la peculiar música del agua corriendo a través de las rocas. A la vez, se deleitaba observando a las ninfas que, desde la otra orilla, lo llamaban con delicados gestos y sensuales voces.
De pronto, parecía volver a la realidad reanudando el trabajo, aún con más desenfreno.
Pero un día, el viejo escritor desapareció. Nadie, en el hotel, podía recordar si, aquel hombre había arribado con algún equipaje. Un asustado recepcionista no encontraba dato alguno en el registro de pasajeros. Incluso, su habitación lucía como si nadie la hubiese ocupado.
El único recuerdo era su figura esmirriada de largos cabellos blancos peinados con un cuidadoso desorden.
Al cuaderno del viejo escritor, se lo encontró sobre la mesa del comedor, en apariencia olvidado
Lo curioso fue que, en sus páginas amarillentas, sólo había dibujos de un mundo fantástico habitado por estrambóticos personajes.

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