La ubicación del hotel
boutique en lo alto del cerro privilegiaba la vista de la ciudad. A sus pies,
las aguas calmas del lago sólo eran perturbadas por alguna brisa inquieta. A lo
lejos, los cerros se erguían soberbios, cubiertos por la nieve del inverno que se
alejaba sin apuro.
El salón vidriado del
primer piso permitía al viejo escritor amalgamarse con la naturaleza.
Hacía pocas horas que
se había alojado en el hotel. Según sus palabras, el propósito era terminar un
trabajo. Quizá, la magnificencia del lugar le confería tranquilidad para
alcanzar la inspiración que necesitaba. Por momentos, su lápiz se movía con
frenesí sobre la hojas de un rústico cuaderno, como intentando acortar un
tiempo que lo apuraba; en otros, se recluía en sus propios pensamientos.
Observaba el paisaje cambiante: el lago abrillantando por el sol y los techos
verdes y rojos de las casas dispersas en el valle. Cuando llegaban las sombras y
cobraban vida las luces de la ciudad, los cerros se transformaban en colosos
oscuros que amedrentaban. Sin embargo, nadie podía resistirse a la atracción de
esa postal de la naturaleza.
En los momentos de
quietud, la mente del viejo escritor parecía entrar en un misterioso trance.
Tal vez, esa ensoñación lo llevara a un mundo irreal, afiebrado de ideas, donde
lo acompañaran duendes y criaturas mágicas.
Quizá, escalaba la
oscuridad de los cerros y ponía luz en las grietas tenebrosas. A lo mejor, volaba
junto a los cóndores en las alturas, caminaba con lentitud por el verde faldeo
de las montañas, o se adentraba en el bosque para trepar a las viejas araucarias.
Es probable que,
después de bañarse en cascadas de espuma, se sentara a descansar sobre un
musgoso tronco a la orilla de algún río mientras escuchaba atento la peculiar
música del agua corriendo a través de las rocas. A la vez, se deleitaba
observando a las ninfas que, desde la otra orilla, lo llamaban con delicados
gestos y sensuales voces.
De pronto, parecía
volver a la realidad reanudando el trabajo, aún con más desenfreno.
Pero un día, el viejo
escritor desapareció. Nadie, en el hotel, podía recordar si, aquel hombre había
arribado con algún equipaje. Un asustado recepcionista no encontraba dato
alguno en el registro de pasajeros. Incluso, su habitación lucía como si nadie
la hubiese ocupado.
El único recuerdo era
su figura esmirriada de largos cabellos blancos peinados con un cuidadoso
desorden.
Al cuaderno del viejo
escritor, se lo encontró sobre la mesa del comedor, en apariencia olvidado
Lo curioso fue que,
en sus páginas amarillentas, sólo había dibujos de un mundo fantástico habitado
por estrambóticos personajes.
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