lunes, 23 de diciembre de 2019

Voy a morir - Alejandro Zubiaur


No porque esté enfermo. No, no sufro enfermedades ni dolencias que me puedan provocar la muerte. No, estas pastillas no son para padecimientos físicos, podría decir que son para los dolores del espíritu.
Tampoco tengo sufrimientos como los que tuve en el principio de los tiempos, cuando todo era limo y el separarme del fondo, el conformarme como unidad distinta del todo, me provocaba un dolor infinito.
Más doloroso que vivir encerrado en un caparazón estrecho fue formar los huesos en el interior de la carne blanda, piezas rígidas alrededor de las cuales tuve que moldearme.
Aunque ahora no tengo sufrimientos como esos, voy a morir porque quiero morir. Mientras, trago las pastillas con un poco de agua. Quiero morir ahora, porque ya al salir del océano, y aun arrastrándome, sufrí lo indecible para no asfixiarme con ese aire tan sutil, tan gaseoso, tan pobre en oxígeno. Ese aire que no conseguía llenar mis pulmones insaciables.
Toso incontrolablemente, como si el recuerdo me ahogara otra vez. Tomo más agua, para no atragantarme.
Voy a morir porque quiero morir, no sólo por haber tenido que correr desarrollando la velocidad y agilidad necesarias para conseguir una presa que sirviera de alimento. Tampoco por haberme desplomado en esos primeros vuelos desde lo alto de los picos montañosos tratando de probar las alas que, imprevistas, me habían crecido en la espalda.
Es extraño, en todos esos momentos estaba tan ocupado en sobrevivir, tan ocupado en moverme con las olas, entre los cielos, por arriba o abajo de las nubes, en seguir las corrientes de aire, en subir las montañas heladas o cruzar selvas enmarañadas, que no se me ocurrió la idea de la muerte.
Voy a morir, ahora sé que voy a morir, y no es una frase que esconda un lema filosófico ni un haiku ni un precepto moral, ni una sentencia inapelable porque haya visto lo que no debía ver, tampoco por haber tomado o pretendido lo que no me correspondía. Es algo que se va a cumplir de forma física, inmediata, ineludible.
 Y sé también que va a ser en este momento, porque no soporto la sola idea de tener que volver a cambiar y tener que adaptarme y tener que sufrir para lograrlo.
Ahora, en este momento, en este preciso instante, todo ha perdido sentido: al fin y al cabo, los amaneceres son iguales a los atardeceres, sólo debo mirar al otro lado; el viento sopla ahora y más tarde volverá a soplar, la lluvia que cae hoy volverá a caer mañana, el sol que hoy desaparece en el ocaso amanecerá  mañana, y la luna que hoy se esconda se mostrará a la noche.
Ahora yo sé que sólo voy a morir. Son las últimas pastillas del frasco, el final ya llega.
En medio de las convulsiones, los espasmos y los estertores de una muerte que goza en no llegar y me hace gritar en mi sufrimiento, comprendo el tremendo error que he cometido.  Tratando de evitar otra dolorosa transformación, me he arrojado a ella, a la vida eterna despojado de mi cuerpo físico.


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