No porque esté
enfermo. No, no sufro enfermedades ni dolencias que me puedan provocar la
muerte. No, estas pastillas no son para padecimientos físicos, podría decir que
son para los dolores del espíritu.
Tampoco tengo
sufrimientos como los que tuve en el principio de los tiempos, cuando todo era
limo y el separarme del fondo, el conformarme como unidad distinta del todo, me
provocaba un dolor infinito.
Más doloroso que
vivir encerrado en un caparazón estrecho fue formar los huesos en el interior
de la carne blanda, piezas rígidas alrededor de las cuales tuve que moldearme.
Aunque ahora no
tengo sufrimientos como esos, voy a morir porque quiero morir. Mientras, trago
las pastillas con un poco de agua. Quiero morir ahora, porque ya al salir del
océano, y aun arrastrándome, sufrí lo indecible para no asfixiarme con ese aire
tan sutil, tan gaseoso, tan pobre en oxígeno. Ese aire que no conseguía llenar
mis pulmones insaciables.
Toso
incontrolablemente, como si el recuerdo me ahogara otra vez. Tomo más agua,
para no atragantarme.
Voy a morir
porque quiero morir, no sólo por haber tenido que correr desarrollando la
velocidad y agilidad necesarias para conseguir una presa que sirviera de
alimento. Tampoco por haberme desplomado en esos primeros vuelos desde lo alto
de los picos montañosos tratando de probar las alas que, imprevistas, me habían
crecido en la espalda.
Es extraño, en
todos esos momentos estaba tan ocupado en sobrevivir, tan ocupado en moverme
con las olas, entre los cielos, por arriba o abajo de las nubes, en seguir las
corrientes de aire, en subir las montañas heladas o cruzar selvas enmarañadas,
que no se me ocurrió la idea de la muerte.
Voy a morir,
ahora sé que voy a morir, y no es una frase que esconda un lema filosófico ni
un haiku ni un precepto moral, ni una sentencia inapelable porque haya visto lo
que no debía ver, tampoco por haber tomado o pretendido lo que no me
correspondía. Es algo que se va a cumplir de forma física, inmediata,
ineludible.
Y sé también que va a ser en este momento,
porque no soporto la sola idea de tener que volver a cambiar y tener que
adaptarme y tener que sufrir para lograrlo.
Ahora, en este momento,
en este preciso instante, todo ha perdido sentido: al fin y al cabo, los
amaneceres son iguales a los atardeceres, sólo debo mirar al otro lado; el
viento sopla ahora y más tarde volverá a soplar, la lluvia que cae hoy volverá
a caer mañana, el sol que hoy desaparece en el ocaso amanecerá mañana, y la luna que hoy se esconda se
mostrará a la noche.
Ahora yo sé que
sólo voy a morir. Son las últimas pastillas del frasco, el final ya llega.
En medio de las
convulsiones, los espasmos y los estertores de una muerte que goza en no llegar
y me hace gritar en mi sufrimiento, comprendo el tremendo error que he
cometido. Tratando de evitar otra
dolorosa transformación, me he arrojado a ella, a la vida eterna despojado de
mi cuerpo físico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario