lunes, 23 de diciembre de 2019

La despedida - Federico Dobal



-I-

Luis: Sos un pelotudo, flor de pelotudo sos, ese era el último bombín que me quedaba en la caja. Lo tenías que hacer pelota.
Marcelo: ¿Qué querés? Sabes cuánto hace que no cambiaba uno.
Luis: Si, ya sé, como treinta y cinco pirulos por lo menos. Si falta algo vas a ir vos solito caminando hasta lo de Norma.
Marce: Parece mentira, tan difícil puede ser organizar un asado. ¿Te acordás? ¿En el secundario? Salíamos del colegio, pasábamos por casa, nos cambiábamos la ropa, de pasada comprábamos algo en la carnicería y nos mandábamos para el balneario.
Luis: ¿Cómo me voy a olvidar? El frío que pasábamos, en Julio, en Julio, me da frío de solo pensarlo. Siempre aparecía alguno de la nada y nos salvaba la noche.
Marcelo: ¿Te acordás cuando apareció el loco de los globos?
Luis: Sí que me acuerdo, me acuerdo bien, era Julio, un grado haría, dos si querés, y apareció “el loco Iván”…
Marcelo: ¿”el loco Iván”?
Luis: Pero sí, te digo que sí, el flaco, alto, con cara de tuerca, cabezón…
Marcelo: Si tenés razón, me lo confundía con el que vivía a la vuelta del cementerio.
Luis: No, no...el “loco Iván”, apareció vestido de payaso sosteniendo como 100 globos…
Marcelo: Venía de una despedida de soltero o algo por el estilo, nos pidió algo para comer, le preparamos unos choris que habían sobrado.
Luis: Si, después se quedó contando chistes hasta las 2 de la mañana. ¡Qué personaje! ¡Por favor!
Marcelo: Deja de contar pavadas que me hago más viejo y tenemos que ir preparando todo antes que lleguen los muchachos. Anda cortando el salame y el queso que hay en aquella bolsa.
Luis abre la bolsa y saca un pedazo de queso y dos salames, uno picado grueso y otro picado fino. Toma el cuchillo con la mano derecha, lo afila y comienza a preparar la picada.

-II-

Marcelo: ¿Sabes cómo te das cuenta que te haces viejo?
Luis: ¿Cuándo el pelotudo de tu amigo te pregunta si sabes cómo darte cuenta que te estás haciendo viejo? No sé, qué se yo, ¿cuando te encontrás arrugas en la plata de los pies? Mira que tenemos para hablar, pero lo mejor que se te ocurre es esto...te das cuenta que te hacés viejo todas las mañanas, cuando te miras a espejo, te podes hacer el boludo pero el chabón no miente, te bate la justa.
Marcelo: Sí, es cierto, pero me refería a un momento, un punto de inflexión, el momento exacto en que entendés con claridad que no hay marcha atrás, no hay esperanza que valga, que estamos jugados y jodidos.
Luis: Entiendo, entiendo. Para mi es simple, ese momento es cuando vas a visitar a tus amigos y te reciben los hijos de tu amigo y te hacen pasar una habitación y te ponen una silla, generalmente bajita, al lado de la cama de tu amigo.
Marcelo: Eso, a eso me refiero, después de eso no hay vuelta atrás, te timbeaste la vida que te dieron. Vos me podes explicar cómo volvés de eso, por más que te encuentres en el bar con tu amigo diez puntos tres semanas más tarde, esa imagen no te la olvidás más.
Marcelo: ¿Cuándo nos vimos por última vez?
Luis: Ah, viniste melancólico hoy, ¿justo hoy? Si no me acuerdo mal fue para el casamiento del Ruli, hace diez años, ni canas teníamos.
Marcelo: ¡Mírate! ¡Mírate bien! ¡Estas hecho un pibe! ¡Mírame a mí! Desde el secundario engordé treinta y cinco kilos, sabés como me duelen las vértebras cuando me acuesto a la noche.
Luis: Yo sé, lo sé, te creés que me olvidé de todo, no es fácil. Tu esposa te dejó y se llevó al pibe.
Marcelo: Yo no la culpo, hubiese hecho igual, en ese momento estaba intratable, te olvidás que andaba metido en todo. No me perdía una.  Ni hablar lo que morfaba. Me comía dos pizzas yo solo. ¿Sabés una cosa?
Luis: ¿Qué?
Marcelo: Tengo un dolor acá, ¿ves? Acá. Un dolor que no me deje ni respirar a veces, tengo que abrir la boca como un pescado. Perdí todo por gil, tan cabeza de termo fui, con el amor que me tenía Mirtha. Me miraba y la tierra dejaba de girar, éramos tan felices, qué te puedo decir, no me puedo perdonar lo que le hice, lo que me hice.
Luis: Yo te voy a ser sincero, yo sé que te la mandaste, y fiera, pero con hacerte el bocho no vas a ningún lado. Ahora tenés que levantar la cabeza y darle para adelante. Todos, y cuando te digo todos es todos, hacemos lo mejor que podemos, todo el tiempo lo mejor que podemos, a veces sale bien, otras no tanto.
Marcelo: Puede ser, puede ser...igual estoy convencido que fui un mal tipo, digas lo que digas fui muchas cosas pero sobre todo una mala persona.
Luis: Te digo más, ahora estás mejor, mucho mejor, solo te quedó ésta panza gordita hermosa! Ja! No te maquines, al menos hoy vamos a disfrutar el asadito. Mirá, ahí tenemos unos choris, unas morcis y un poco de carne para tirar a las brasas. ¿Te animas a salar la carne?
Marcelo: ¿Cómo no? Mi especialidad. Como cuando éramos pibes.
Luis: Mejor no tan salado, je! No vaya a ser cosa que terminemos llamando a urgencias. Je!
Marcelo: No me jodas, ¿sabés lo que cuesta bajar al menos 100 gramos? No te das una idea. Siempre tan flaco. Mira que le entrás vos también.

-III-

Al rato, cuando el fuego estaba casi listo, llegaron el Laucha y Miguel.
Laucha: ¿Cómo anda la monada?
Marcelo: ¿La monada? Acá andamos, de diez, qué más podemos pedir, mirá la picadita que tenemos preparada, el fuego casi listo, ahora en cinco tiramos la carne y arrancamos.
Miguel: Una maravilla. Nosotros trajimos las bebidas. Agua, soda, hielo y algún vinito también.
Luis: ¡Qué bien! ¡Qué bien! Ahora sí estamos todos.
La picada pasó sin sobresaltos, se habló de fútbol, sobre todo de fútbol, algo de política y de los hijos del Laucha. Los dos pibes están en las inferiores de Racing y parece que el más grande ya lo llamaron para entrenar con la reserva, en cualquier momento lo suben a primera. El Laucha no puede más con su orgullo.
Miguel: Quién lo hubiese dicho Laucha, pensar que eras horrible para los deportes, lo más cerca que estuviste de una pelota fue cuando que te pegó en la cabeza un pelotazo en la playa de Mar del Plata, ése verano que fuimos con las chicas.
Laucha: ¡Cállate querés! ¿Te olvidás cuando gané el torneo nocturno de verano de ajedrez del club? La rompí toda.
La noche pasaba y pocos se daban cuenta que Marcelo ya se había bajado unos cuantos vasos de vino, fondo blanco le hacía. No participó mucho de las conversaciones. Se limitó a reírse y acotar algún comentario sin valor agregado. Después de comer, se levantó, en silencio, todos pensaban que iba al baño, todos estaban equivocados, asquerosamente equivocados. Fue hasta el bolso que había dejado en una esquina y luego tomó la palabra:
Marcelo: Muchachos, tengo que decirles algo. Es una alegría nos hayamos juntado luego de tanto tiempo. Disfruté cada anécdota, cada vieja anécdota, fue un placer. No digo que fue un placer sólo ésta noche, digo que fue un placer haberlos conocido y haber recorrido la vida juntos, fue un placer recibir esos pisotones en las zapatillas recién estrenadas, también dar ese pisotón, cada chiste tonto de la secundaria, fue un placer esos primeros cigarrillos, esas primeras borracheras, esas mateadas de toda la tarde, esa distancia que disimulábamos a la perfección. Sin embargo, tengo que compartir algo. Ésta semana fui al médico, me dijo que me no me queda mucho. No estoy triste, pero estoy ansioso. Éstas fueron las últimas cuatro copas de vino de mi vida.
Luis: Pará, pará Chelo, es un chiste, ¿no?
Marcelo: Pero claro, no se piensen que se van a librar tan fácilmente de mi, tengo cuerda para rato. Unos asaditos más me como.
Todos se rieron, Marcelo tomó su bolso y bajó. Un ruido seco retumbó en el baño. Los tres que quedaban se miraron y entendieron que el asado había concluido. Que la vida de Marcelo había concluido y que su amistad ya no sería la misma, seria simplemente un recuerdo. Un recuerdo con sabor a despedida, a silencio rancio y a las lágrimas del adiós.

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