-I-
Luis: Sos un
pelotudo, flor de pelotudo sos, ese era el último bombín que me quedaba en la
caja. Lo tenías que hacer pelota.
Marcelo:
¿Qué querés? Sabes cuánto hace que no cambiaba uno.
Luis: Si, ya
sé, como treinta y cinco pirulos por lo menos. Si falta algo vas a ir vos
solito caminando hasta lo de Norma.
Marce:
Parece mentira, tan difícil puede ser organizar un asado. ¿Te acordás? ¿En el
secundario? Salíamos del colegio, pasábamos por casa, nos cambiábamos la ropa,
de pasada comprábamos algo en la carnicería y nos mandábamos para el balneario.
Luis: ¿Cómo
me voy a olvidar? El frío que pasábamos, en Julio, en Julio, me da frío de solo
pensarlo. Siempre aparecía alguno de la nada y nos salvaba la noche.
Marcelo: ¿Te
acordás cuando apareció el loco de los globos?
Luis: Sí que
me acuerdo, me acuerdo bien, era Julio, un grado haría, dos si querés, y
apareció “el loco Iván”…
Marcelo:
¿”el loco Iván”?
Luis: Pero
sí, te digo que sí, el flaco, alto, con cara de tuerca, cabezón…
Marcelo: Si
tenés razón, me lo confundía con el que vivía a la vuelta del cementerio.
Luis: No,
no...el “loco Iván”, apareció vestido de payaso sosteniendo como 100 globos…
Marcelo:
Venía de una despedida de soltero o algo por el estilo, nos pidió algo para
comer, le preparamos unos choris que habían sobrado.
Luis: Si,
después se quedó contando chistes hasta las 2 de la mañana. ¡Qué personaje!
¡Por favor!
Marcelo:
Deja de contar pavadas que me hago más viejo y tenemos que ir preparando todo
antes que lleguen los muchachos. Anda cortando el salame y el queso que hay en
aquella bolsa.
Luis abre
la bolsa y saca un pedazo de queso y dos salames, uno picado grueso y otro
picado fino. Toma el cuchillo con la mano derecha, lo afila y comienza a
preparar la picada.
-II-
Marcelo:
¿Sabes cómo te das cuenta que te haces viejo?
Luis:
¿Cuándo el pelotudo de tu amigo te pregunta si sabes cómo darte cuenta que te estás
haciendo viejo? No sé, qué se yo, ¿cuando te encontrás arrugas en la plata de
los pies? Mira que tenemos para hablar, pero lo mejor que se te ocurre es
esto...te das cuenta que te hacés viejo todas las mañanas, cuando te miras a
espejo, te podes hacer el boludo pero el chabón no miente, te bate la justa.
Marcelo: Sí,
es cierto, pero me refería a un momento, un punto de inflexión, el momento
exacto en que entendés con claridad que no hay marcha atrás, no hay esperanza
que valga, que estamos jugados y jodidos.
Luis:
Entiendo, entiendo. Para mi es simple, ese momento es cuando vas a visitar a
tus amigos y te reciben los hijos de tu amigo y te hacen pasar una habitación y
te ponen una silla, generalmente bajita, al lado de la cama de tu amigo.
Marcelo:
Eso, a eso me refiero, después de eso no hay vuelta atrás, te timbeaste la vida
que te dieron. Vos me podes explicar cómo volvés de eso, por más que te
encuentres en el bar con tu amigo diez puntos tres semanas más tarde, esa
imagen no te la olvidás más.
Marcelo:
¿Cuándo nos vimos por última vez?
Luis: Ah,
viniste melancólico hoy, ¿justo hoy? Si no me acuerdo mal fue para el
casamiento del Ruli, hace diez años, ni canas teníamos.
Marcelo:
¡Mírate! ¡Mírate bien! ¡Estas hecho un pibe! ¡Mírame a mí! Desde el secundario
engordé treinta y cinco kilos, sabés como me duelen las vértebras cuando me
acuesto a la noche.
Luis: Yo sé,
lo sé, te creés que me olvidé de todo, no es fácil. Tu esposa te dejó y se
llevó al pibe.
Marcelo: Yo
no la culpo, hubiese hecho igual, en ese momento estaba intratable, te olvidás
que andaba metido en todo. No me perdía una.
Ni hablar lo que morfaba. Me comía dos pizzas yo solo. ¿Sabés una cosa?
Luis: ¿Qué?
Marcelo:
Tengo un dolor acá, ¿ves? Acá. Un dolor que no me deje ni respirar a veces,
tengo que abrir la boca como un pescado. Perdí todo por gil, tan cabeza de
termo fui, con el amor que me tenía Mirtha. Me miraba y la tierra dejaba de
girar, éramos tan felices, qué te puedo decir, no me puedo perdonar lo que le
hice, lo que me hice.
Luis: Yo te
voy a ser sincero, yo sé que te la mandaste, y fiera, pero con hacerte el bocho
no vas a ningún lado. Ahora tenés que levantar la cabeza y darle para adelante.
Todos, y cuando te digo todos es todos, hacemos lo mejor que podemos, todo el
tiempo lo mejor que podemos, a veces sale bien, otras no tanto.
Marcelo:
Puede ser, puede ser...igual estoy convencido que fui un mal tipo, digas lo que
digas fui muchas cosas pero sobre todo una mala persona.
Luis: Te
digo más, ahora estás mejor, mucho mejor, solo te quedó ésta panza gordita
hermosa! Ja! No te maquines, al menos hoy vamos a disfrutar el asadito. Mirá,
ahí tenemos unos choris, unas morcis y un poco de carne para tirar a las
brasas. ¿Te animas a salar la carne?
Marcelo:
¿Cómo no? Mi especialidad. Como cuando éramos pibes.
Luis: Mejor
no tan salado, je! No vaya a ser cosa que terminemos llamando a urgencias. Je!
Marcelo: No
me jodas, ¿sabés lo que cuesta bajar al menos 100 gramos? No te das una idea.
Siempre tan flaco. Mira que le entrás vos también.
-III-
Al rato,
cuando el fuego estaba casi listo, llegaron el Laucha y Miguel.
Laucha:
¿Cómo anda la monada?
Marcelo: ¿La
monada? Acá andamos, de diez, qué más podemos pedir, mirá la picadita que
tenemos preparada, el fuego casi listo, ahora en cinco tiramos la carne y
arrancamos.
Miguel: Una
maravilla. Nosotros trajimos las bebidas. Agua, soda, hielo y algún vinito
también.
Luis: ¡Qué
bien! ¡Qué bien! Ahora sí estamos todos.
La picada
pasó sin sobresaltos, se habló de fútbol, sobre todo de fútbol, algo de
política y de los hijos del Laucha. Los dos pibes están en las inferiores de
Racing y parece que el más grande ya lo llamaron para entrenar con la reserva,
en cualquier momento lo suben a primera. El Laucha no puede más con su orgullo.
Miguel:
Quién lo hubiese dicho Laucha, pensar que eras horrible para los deportes, lo
más cerca que estuviste de una pelota fue cuando que te pegó en la cabeza un
pelotazo en la playa de Mar del Plata, ése verano que fuimos con las chicas.
Laucha:
¡Cállate querés! ¿Te olvidás cuando gané el torneo nocturno de verano de
ajedrez del club? La rompí toda.
La noche
pasaba y pocos se daban cuenta que Marcelo ya se había bajado unos cuantos
vasos de vino, fondo blanco le hacía. No participó mucho de las conversaciones.
Se limitó a reírse y acotar algún comentario sin valor agregado. Después de
comer, se levantó, en silencio, todos pensaban que iba al baño, todos estaban
equivocados, asquerosamente equivocados. Fue hasta el bolso que había dejado en
una esquina y luego tomó la palabra:
Marcelo:
Muchachos, tengo que decirles algo. Es una alegría nos hayamos juntado luego de
tanto tiempo. Disfruté cada anécdota, cada vieja anécdota, fue un placer. No
digo que fue un placer sólo ésta noche, digo que fue un placer haberlos
conocido y haber recorrido la vida juntos, fue un placer recibir esos pisotones
en las zapatillas recién estrenadas, también dar ese pisotón, cada chiste tonto
de la secundaria, fue un placer esos primeros cigarrillos, esas primeras
borracheras, esas mateadas de toda la tarde, esa distancia que disimulábamos a
la perfección. Sin embargo, tengo que compartir algo. Ésta semana fui al
médico, me dijo que me no me queda mucho. No estoy triste, pero estoy ansioso.
Éstas fueron las últimas cuatro copas de vino de mi vida.
Luis: Pará,
pará Chelo, es un chiste, ¿no?
Marcelo:
Pero claro, no se piensen que se van a librar tan fácilmente de mi, tengo
cuerda para rato. Unos asaditos más me como.
Todos se
rieron, Marcelo tomó su bolso y bajó. Un ruido seco retumbó en el baño. Los
tres que quedaban se miraron y entendieron que el asado había concluido. Que la
vida de Marcelo había concluido y que su amistad ya no sería la misma, seria
simplemente un recuerdo. Un recuerdo con sabor a despedida, a silencio rancio y
a las lágrimas del adiós.
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