Creo que si sigo
discutiendo con el gerente saco el revólver del portafolio y lo mato. Sí.
Tampoco estoy seguro si lo traje y preferiría no mirar abajo. Entonces, me doy
vuelta, abro la puerta, salgo al pasillo y entro al ascensor.
Camino por la
calle 39 hasta la sexta avenida y doblo en dirección al norte. No sé por qué,
pero de improviso está oscuro y son las 22, las 23 o tal vez medianoche. ¿Por qué no está el sol que hace un instante reflejaba
su brillo en mi cara por detrás del gerente? Camino y camino. No hay que
asustarse, hace años que lo hago, quizás sea eso la señal más persistente de
que vivo.
—Mira qué grande es la ciudad madre,
qué alto son los rascacielos.
—No te distraigas querido.
—Sí, es cierto. Perdón madre.
—No te me sueltes la mano que hay
mucha gente.
Le sonrío y miro
a un payaso con globos en la esquina que tiene dibujada una sonrisa triste.
Porque hace poco supe que las sonrisas de los payasos son dibujadas. ¿Por qué
se la pintó triste este payaso entonces?
Cuando miro a mi
madre nuevamente, ya no está, y me largo a llorar. Camino dos, tres cuadras y
me doy cuenta que tengo que seguir. Está otra vez el gerente atrás gritándome.
Y la computadora, y el teléfono, y la corbata.
Por fin consigo
doblar a la izquierda en la 52. Avanzo unos metros y por el cristal de la
ventana de un pequeño bar puedo ver la figura imponente de un hombre sentado al
piano con un sombrero de no sé qué tocando no sé qué. Miro abajo y con un
zapatón negro marca el pulso de un cuatro cuartos de un blues. La melodía la
conozco, sí, ¡Straight, no chaser! Me
doy cuenta de que es él.
Entro y me siento
en una mesa contra la pared. Una muchacha joven que creo que puede ser una moza
me trae una cerveza con un vaso. Yo no fumo mucho, pero veo a Thelonious con un
cigarrillo en la comisura de su boca y yo prendo uno también. Ahora suena Bemsha swing, las notas salen del piano
junto con las teclas y solas vuelven cuando Thelonious se las ordena porque
tiene que volver a ejecutarlas. Todo se va perdiendo. La moza no hace nada,
esta parada escuchando, una pareja sentada en una mesa cercana está marcando el
ritmo de la música y nada más. El cajero cerró la caja y no se toman más
pedidos. Hasta las cucarachas salen de debajo de la tarima para escuchar y
porque ahora nadie se va a preocupar por pisarlas. El mundo se detiene en estos
instantes y vale la pena solo por eso, porque está Thelonious sentado al piano.
Pero todo
termina. Vuelven a ensimismarse cada uno en lo suyo y no entiendo por qué nadie
aplaude. La pareja retoma su conversación, la moza sale corriendo a atender una
mesa, el cajero vuelve a abrir la caja, las cucarachas vuelven con el caparazón
cansado al refugio, ya cualquier hombre puede pisarlas ahora.
Me entristece
mucho.
Salgo a la calle
y veo una ráfaga de fuego que atravieso el cielo de punta a punta. Sí, es un
cohete. Pasa un instante y vuelvo a ver otra que viene en dirección contraria. Otra
vez vuelvo a llorar, como cuando hace tiempo o hace un rato. La guerra ha
comenzado de nuevo. Hay un niño que está muriendo por una bomba, hay dos, hay
cien, hay miles.
Nunca se cómo ni sé
por qué ni se cuándo, pero estaba dentro de un bar y no era el de hace un rato,
ni tampoco estaba Thelonious, ni siquiera había un piano. Miro a la puerta y me
parece reconocer a Archie entrando.
—¡Ey Archie! ¿Ya no te acuerdas de
mí? —le grito mientras pasa
a mi lado.
—Hola Wynton, disculpame no haberte
visto. Estando solo no tendrás problema que me siente en tu mesa.
—¡Por favor! —asiento acomodándole una silla.
—Ando mal. ¿Te acordás de Aaron, el
más chico? Hace dos meses empezó con vómitos, fiebre y esas cosas, el médico
nos explicó algo que nunca entendí a Lisa y a mí, pero supe que era
preocupante. Una semana después a mi pequeño Aaron lo estábamos velando. A
partir de ahí es todo un infierno. No sé para qué levantarme cada día. Lisa
está encerrada en la pieza llorando todo el día, y yo salgo a caminar para no
llorar en mi casa.
—Perdoname Archie, nunca supe todo
esto. ¿Y el más grande?
—Sé que está muy mal, pero vos sabes
que mi relación nunca pudo ser la que se piensa e ilusiona de un padre con un
hijo. El me recrimina a mí no haber consultado a un médico urgente y esperar
dos días a que volviera Lisa de Philadelphia. Cuando pasó todo esto se fue a lo
de la tía y viene a casa solo para estar un rato con Lisa cuando yo estoy en el
trabajo.
—Sé que podrán sobrellevarlo, con
mucho dolor seguramente. El altísimo nos pone a pruebas constantemente. A veces
de maneras muy duras. Miralo a Cristo en la cruz.
—Si no fuese porque en mi casa
guardamos una Torá como libro sagrado.. —dijo el hombre totalmente
abatido y confuso—. Igual
no creas que voy a discutir ahora de nuevo quien fue Pablo realmente, me da
igual eso Wynton ahora.
No sé cuánto más
estuvimos ahí. Pero creo que hay momentos que la mejor manera de acompañar a un
hombre es en el silencio. Ahí donde quizás más libre somos y donde nos hablan y
hablamos con los seres más oscuros que pueden hundirnos en el cataclismo más
profundo, o aquellas figuras divinas, fantásticas, mitológicas, que pueden
salvarnos. Al menos por un rato.
Por eso ahora solo
caminamos. Y llegamos a la puerta de su casa y lo saludo tímida y cobardemente
con un apretón de manos. Me parece, o quiero fingirme, que fueron seres
divinos, fantásticos, mitológicos los que le surgieron en esta caminata por las
calles de Lenox Hill.
Ahora estoy
entrando a mi edificio, sé que es tarde pero no sé cuánto. Seres de tinieblas
que suelen acosarme en el ascensor hoy me miran tristes. Mañana no me levanto
para ir a trabajar a esa oficina, pasado tampoco y después de pasado tampoco.
Nunca. Me acuesto en la cama y me hago la señal de la cruz. Padre nuestro que
estas en los cielos…
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