jueves, 15 de diciembre de 2022

Mientras corre el agua – Alejandro Zubiaur

 

Ella, a través de la chapa que separaba una pieza de la otra, escuchaba todo desde la cama: la cachetada con la mano abierta, ahuecada, que sonaba seca. Ese chúpamela o te arranco los dientes como a tu vieja, dicho con voz ronca y sin gritar ni dudar. Él siempre era así, sin importar quien estuviera bajo sus piernas, bien macho y bien recio. Y a ella la ponía recaliente. A la mocosa no le importaba que ella estuviera al lado, no sería la primera vez que a la mañana siguiente le tuviera que gritar parecés una puta, que para eso me pediste ese colchón que apenas entra en la pieza, que te voy a echar de la casa. Ahora seguro que se abre bien de gambas y lo goza una y otra vez descontrolada, porque por fin tiene un macho de verdad. Si lo sabré yo. El ruido del agua corriendo interminable en el inodoro no tapaba los gemidos, ni disimulaba el golpeteo rítmico. Mocosa de mierda, parece una perra en celo jodiendo con todos los machos pijaparada del barrio.

Ella se empeña en cuidarla. Para que no quede preñada, le pide las pastillas a la señora donde trabaja, que es tan buena y se las trae del sanatorio. Antes de ir a trabajar controla que las tome, una por día, y  ella todos los días limpia las casas de otros para conseguir la plata para la comida y para pagarle la ropa y los caprichitos. Si por lo menos fuera a la escuela, pero ni eso.

Ahora no se escucha nada más que el agua del inodoro corriendo sin cesar. 

El silencio le recuerda su propia historia: recién llegaba de Misiones, sin nada, sin nadie. Alguien la sacó de la calle y le dio un techo. Pero esa misma noche supo, con los dientes apretados por el dolor y la bronca, que todo se paga, que no hay favores gratis.

Así también apretó los dientes para no gritar al saberse embarazada, al entender que la hija que llevaba en su vientre quedaría atada a su misma vida, y por más que hizo todo lo posible por abortar, por impedir la repetición de su historia nefasta, no pudo.

Después la vida le hizo una mueca. Conoció a alguien que las cuidaba a ella y a su hija, parecía buen padre y ayudaba con algo de plata.

La vida no era fácil. Todos los días trabajar para comer. Él tomaba y andaba con otras mujeres, ella lo sabía. Pero él siempre volvía con ella, su primer amor, su amor verdadero, como le decía cuando la abrazaba en la cama. Y ella, tonta, que lo quería con desesperación, lo perdonaba. Siempre lo perdonaba.

Pero esto ya era demasiado, era su hija. Se está encamando con mi hija. También la mocosa lo hace a propósito, con un culo que se dan vuelta  todos los tipos de la cuadra y unas tetas para bizcos, además se le hace la putita histérica todas las noches.

Ahora escucha una respiración pesada, la de su hombre, más fuerte que el ruido del agua que corre y correrá toda la noche hasta que ella se levante y con el destornillador trabe el flotante del inodoro. Ella sabe que él ya viene a su cama, a mentirle otra vez que es su único amor. Y lo cobijará entre sus brazos, y le acomodará la cabeza en su pecho.

 Él se acuesta desnudo, cansado, con olor a sudor y a ginebra, y ella lo abraza, lo besa, lo desea,  lo acaricia, lo extraña y a la vez lo odia por serle infiel, porque le miente, lo odia porque se muere de celos. Ella le susurra que ya es tarde, que estás cansado, que dormí, que ya es muy tarde. Le acaricia la tetilla. Estás flaco, se te asoman los huesos, le dice a él que ya se duerme para siempre, suyo para siempre, con el corazón roto por el destornillador que entró directo entre el hueco de las costillas.

 

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