Ella, a través
de la chapa que separaba una pieza de la otra, escuchaba todo desde la cama: la
cachetada con la mano abierta, ahuecada, que sonaba seca. Ese chúpamela o te
arranco los dientes como a tu vieja, dicho con voz ronca y sin gritar ni dudar.
Él siempre era así, sin importar quien estuviera bajo sus piernas, bien macho y
bien recio. Y a ella la ponía recaliente. A la mocosa no le importaba que ella estuviera
al lado, no sería la primera vez que a la mañana siguiente le tuviera que
gritar parecés una puta, que para eso me pediste ese colchón que apenas entra
en la pieza, que te voy a echar de la casa. Ahora seguro que se abre bien de
gambas y lo goza una y otra vez descontrolada, porque por fin tiene un macho de
verdad. Si lo sabré yo. El ruido del agua corriendo interminable en el inodoro
no tapaba los gemidos, ni disimulaba el golpeteo rítmico. Mocosa de mierda,
parece una perra en celo jodiendo con todos los machos pijaparada del barrio.
Ella se empeña
en cuidarla. Para que no quede preñada, le pide las pastillas a la señora donde
trabaja, que es tan buena y se las trae del sanatorio. Antes de ir a trabajar
controla que las tome, una por día, y ella
todos los días limpia las casas de otros para conseguir la plata para la comida
y para pagarle la ropa y los caprichitos. Si por lo menos fuera a la escuela,
pero ni eso.
Ahora no se
escucha nada más que el agua del inodoro corriendo sin cesar.
El silencio le recuerda
su propia historia: recién llegaba de Misiones, sin nada, sin nadie. Alguien la
sacó de la calle y le dio un techo. Pero esa misma noche supo, con los dientes
apretados por el dolor y la bronca, que todo se paga, que no hay favores
gratis.
Así también apretó
los dientes para no gritar al saberse embarazada, al entender que la hija que
llevaba en su vientre quedaría atada a su misma vida, y por más que hizo todo
lo posible por abortar, por impedir la repetición de su historia nefasta, no
pudo.
Después la vida
le hizo una mueca. Conoció a alguien que las cuidaba a ella y a su hija, parecía
buen padre y ayudaba con algo de plata.
La vida no era fácil.
Todos los días trabajar para comer. Él tomaba y andaba con otras mujeres, ella
lo sabía. Pero él siempre volvía con ella, su primer amor, su amor verdadero,
como le decía cuando la abrazaba en la cama. Y ella, tonta, que lo quería con desesperación,
lo perdonaba. Siempre lo perdonaba.
Pero esto ya era
demasiado, era su hija. Se está encamando con mi hija. También la mocosa lo hace
a propósito, con un culo que se dan vuelta
todos los tipos de la cuadra y unas tetas para bizcos, además se le hace
la putita histérica todas las noches.
Ahora escucha
una respiración pesada, la de su hombre, más fuerte que el ruido del agua que
corre y correrá toda la noche hasta que ella se levante y con el destornillador
trabe el flotante del inodoro. Ella sabe que él ya viene a su cama, a mentirle
otra vez que es su único amor. Y lo cobijará entre sus brazos, y le acomodará
la cabeza en su pecho.
Él se acuesta desnudo,
cansado, con olor a sudor y a ginebra, y ella lo abraza, lo besa, lo
desea, lo acaricia, lo extraña y a la
vez lo odia por serle infiel, porque le miente, lo odia porque se muere de
celos. Ella le susurra que ya es tarde, que estás cansado, que dormí, que ya es
muy tarde. Le acaricia la tetilla. Estás flaco, se te asoman los huesos, le
dice a él que ya se duerme para siempre, suyo para siempre, con el corazón roto
por el destornillador que entró directo entre el hueco de las costillas.
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