jueves, 15 de diciembre de 2022

La despedida – Beatriz Solé

 

La suma de las felicidades no siempre da felicidad.

Muchas veces, la adrenalina de la cotidianeidad llena, llena momentos, llena horas, minutos y segundos. Pero cuando eso se detiene el cuerpo empieza a pelear con el cerebro, el corazón y los órganos que no se resignan al cambio.

La maquinaria estaba preparada para marchar lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado, domingo, meses, años; así, con rigurosidad.  Trabajador incansable. Se resistía a las vacaciones, al tiempo libre, que -sentía- detenían el pulso de su vida.

El reloj marcaba las 7. Como autómata se sumaban 5 minutos más al descanso, como si eso lograra despejar el cansancio por el desvelo. No estaba conciliando el sueño últimamente. Le preocupaba el tiempo que vendría, su retiro voluntario e involuntario. Según las órdenes de su jefe, le quedaban 5 días, su última semana se iniciaba esa mañana. Justo esa mañana. Donde todo giró 360 grados.

Prendió la luz del baño y la vieja estufa de cuarzo, el frío era intenso, pero no importaba. Desde muy pequeño había experimentado como calentarse de diferentes maneras, con la latita del alcohol en el baño, apurando la ducha para no quedarse helado. Su madre le había enseñado las mil y una maneras de pelear contra todas las inclemencias que se presentaron en su vida. Si llovía salía con sus viejos zapatos que ponía en una bolsa minutos antes de entrar a la fábrica para calzarse las zapatillas impecables. Nadie debía sospechar que vivía en la última calle del barrio donde el barro cubría todo de punta a punta con los primeros 10 milímetros caídos.

Aprendió a sortear todo tipo de escollos. Desde los 16, comenzó su camino de lucha. Se puso su familia al hombro y sin discusiones, cargó con su padre, su madre y su hermano.

Había marcado la tarjeta siempre justo un minuto antes de la hora. Era constante, rutinario, metódico y solitario. La primera tarea en sus inicios fue sencilla, ordenar tornillos, tuercas. Una dos, tres mil por día, pero no se quejaba, nada decía. Sus manos se trababan, a veces, pero las frotaba unos instantes y retomaba. Así fue creciendo, con humildad, sin protestar, pero firme en sus ganas de crecer. Llego a ser jefe de su sector en pocos años. Su relación de confianza con el dueño comenzó a darse con el tiempo. En cada recorrida de los patrones él se destacaba. Saludaba con respeto, agradecía el trabajo y aportaba datos importantes para agilizar el trabajo. Su mirada sobre la funcionalidad del resto y la operatividad era aguda. Podía distinguir quien trabajaba con ganas, quien no, quien perdía el tiempo y quien lo optimizaba.

Las charlas se habían vuelto más frecuentes y de a poco se vio sorprendido con la noticia de un ascenso como gerente de planta. Y así fueron pasando los días hasta esa mañana en la que marchaba rumbo a su trabajo, con muchas expectativas, sospechando despedidas y sorpresas a las que siempre se negaba.

Esa mañana se permitió llegar un poco más tarde. Marco la tarjeta, su cabeza funcionaba a mil, sería la última vez que lo haría. En sus desvelos pensaba en los premios, en el reconocimiento, en todo los que había dejado a lo largo de su vida en esas paredes, en esas máquinas.

Su sencillez no le permitía pensar e imaginar más que un breve discurso de sus compañeros, un brindis y partir.

El ruido del reloj lo volvió a la realidad. Y luego de eso una explosión lo tiró para atrás y lo dejó aturdido en el piso. Polvo, gritos, y sirenas fue lo que siguió. No logró recordar nada hasta pasado el mediodía.

Quiso volver luego de recobrar las pocas energías que habían quedado, con el dolor en los huesos y la cabeza aturdida.

 Qué había pasado, dónde habían quedado las palabras de despedida que esperaba, los abrazos y los buenos momentos. Todo bajo los escombros; junto con los cuerpos de sus compañeros, su jefe, sus almanaques marcando los días que faltaban. Sillas retorcidas, maquinas detenidas, controles sin control. Todo era destrucción. Así de un momento a otro había volado su historia. ¿Por qué? ¿Por qué esta despedida tan fatal?

Así transcurrió esa mañana que nunca olvidaría.

Pudo quedarse con el dolor, con la bronca, con la furia. Pero pasados los días su cabeza no hacía más que pensar en las familias de todas las víctimas. Hasta que una mañana, tomó su bolso, partió como cada uno de los días de su vida, a ese lugar, donde quedaba sólo polvo y escombros. Miro la desolación del lugar y dijo no vencerse. No por él, que ya esperaba solo el descanso, sino por sus compañeros que ya no estaban, por su jefe que lo había respetado y le había hecho amar ese lugar como propio. Plantó una bandera, convocó a las familias, hijos, hermanos, esposas. Peleó por el lugar. Buscó la manera de rescatar lo poco que quedaba y empezó a tocar puertas. Los poderosos -como siempre- dudaban y fallaban. Pero nada hacía que desistiera. Fue de a poco reorganizando, primero la gente, luego el lugar y por último nuevamente a tocar puertas.

Cuando todo está en ruinas, la vida, las cosas, la gente, el país; allí se ve con claridad, quién viene al rescate y quién tira más piedras.

Casi en simultáneo como en paralelo observaba, anotaba. Los años y la experiencia lo ponían al final de su camino, nuevamente en la meta de partida. Y es difícil, a veces no queremos volver a largar, por cansancio, por el dolor de las heridas. Pero el mate, la energía de los más jóvenes hicieron que poco a poco las paredes se levantaran. Los gritos de dolor, el silencio, comenzaban una pelea cara a cara con voces, canciones, hasta algunas tímidas risas de los más pequeños que acompañaban a sus padres.

Pasaron dos años, y en aquel lugar una esperanza se ponía nuevamente en marcha.

Él, era el gran protagonista. Aunque se escondía detrás de todas sus vergüenzas, sentía en el pecho la felicidad de lo logrado. Estaba parado frente al reloj nuevamente. No iba a marcar la tarjeta. El destino lo había puesto en otro lugar.

Fue el jefe de la reconstrucción, fue el patrón de todas las lágrimas y los lamentos y supo conducir a todo ese equipo a un destino triunfal.

Trabajó sin descanso por lo que creía justo, y de golpe su corazón volvió a la mesa de su casa de niño, a los esfuerzos de sus padres, a la calle, al barro, a la mesa con pan y mate cocido, a las zapas de lluvia y a las rotas, al baño frío, y a la panza vacía.

Se sonrió por dentro -sólo esbozo una mueca- pero estaba feliz, no sabía si vendría ahora su tiempo de descanso, al menos sabía que su tiempo de lucha estaba cumplido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario