jueves, 15 de diciembre de 2022

Dionisio, adiós – Ester Bossi

 

Dionisio no solo era apuesto, sino también  un gran seductor. Alto, elegante, de hermosos ojos verdes. El mechón de cabello fino y rubio que le caía sobre la frente lo hacía aún más interesante. Atraía a las mujeres y él no era cobarde. No obstante, tuvo un largo matrimonio con Elena. Los momentos de felicidad eran alterados por los celos enfermizos de ella, y muy bien abonados por la conducta lisonjera de él. Pero, en ocasiones complicadas, su labia la convencía de su inocente proceder. Y así fue pasando la vida entre risas y penas; hasta que, un día, en forma inesperada, Dionisio tuvo un grave accidente de tránsito. Si bien lograron llevarlo al hospital su estado era irreversible. Con sus últimas fuerzas, Dionisio tomó la mano de Elena. Parecía querer decirle algo. Ella tuvo que acercar su oído para entender lo que le susurraba: -“Elena…no llores… voy a volver…” Frase que guardó en su corazón.

Para Elena había sido un golpe duro y sorpresivo. Lloraba el día entero. ¡Lo extrañaba demasiado!

Se pasaba las horas secando lágrimas que no dejaban de fluir. Sentía dolor y remordimiento por haber sido tan celosa. -¡Pobre mi Dionisio! repetía.

La familia y los amigos estaban preocupados por su salud.

Una noche, Elena tuvo un extraño sueño en el que aparecía Dionisio. Éste, con su sonrisa cautivante, le decía que cumpliría la promesa y que todos los días la visitaría pero, lamentablemente, reencarnado en una mosca.

Se despertó agitada, preocupada, aunque a la vez, la ganaba la ilusión. Ella odiaba a las moscas y siempre tenía una palmeta a mano.

¡Pero volver a verlo! Era algo que la entusiasmaba aunque hubiese mutado en ese insecto inmundo, como habitualmente le decía. Y a partir de ese día, nunca más pronunció esa frase.

Una mañana, cuando estaba desayunando, apareció una mosca. La primera intensión de Elena fue tomar la palmeta, pero cuando su corazón comenzó a latir con fuerza, lo reconoció. ¡No podía ser otro que su Dionisio! La mosca se posó sobre una miga de pan, restregó sus patitas y la miró con esos ojos tan grandes, que ahora ya no eran verdes. ¡Claro, eran ojos de mosca! Enseguida lo escuchó decir: -¡Cumplí Elenita! ¡Volví! ¡Y volveré todos los días a visitarte!

Ella dejó de llorar, sus ojos comenzaron a deshincharse y su rostro adquirió una expresión que hacía mucho no tenía. Ahora había algo porqué vivir.

Cada día, abría la puerta y se sentaba a desayunar, a la vez que ponía una cucharadita de azúcar sobre la mesa.

Llegaba Dionisio, comía su porción y conversaban un largo rato. Le contaba sobre las moscas y la importancia que habían tenido en la antigüedad donde fueron veneradas. ¡Incluso en la mitología se hablaba de ellas!

Elena lo escuchaba embelesada y crédula hasta que Dionisio Mosca partía volando para regresar al próximo día. Ella, influenciada por las palabras de Dionisio, comenzó a mirar a las moscas con simpatía. Recordó haber leído sobre el Faraón Amosis, quien  condecoró a su madre  Ahhotep con un collar con tres enormes moscas de oro. Se imaginó  con un collar igual pero con una sola: su Dionisio dorado

En una de las visitas, “su amor” apareció con dos moscas. Ella lo miró asombrada y él se apresuró a decir que eran amigas. De aquí en más aparecía cada día con compañeras distintas. Hasta llegó a traer siete “amiguitas”. Elena no pudo evitar reprocharle su actitud. Lo quería para ella sola y conversar en privado. Además, le incomodaba la intimidad que tenían. Se tocaban y comían muy cerca unas de otras. ¡Una promiscuidad! Como de costumbre, Dionisio y su verborragia parecieron convencerla: las moscas viven poco tiempo y esa era la causa de la diversidad de amigas. Además, él era una reencarnación y esto lo convertía en un insecto diferente, su vida sería eterna y no necesitaba “intimar” con “otras”.

Aquella semilla de los celos que había permanecido escondida comenzó a germinar. Elena pasó una noche entera investigando sobre las moscas. Él solo le había contado lo bueno. Nada había dicho sobre  los dioses que habían combatido a este insecto y los sacrificios que hicieron algunos pueblos para espantarlos, dadas las pestes que podían ocasionar.

Elena cada vez más desconfiada comenzó a leer sobre la vida sexual de las moscas. Para su espanto, encontró un artículo con probada base científica, que decía: “Las moscas machos disfrutan mucho del sexo durante la eyaculación´´. Fue cuando sus ojos comenzaron a despedir chispas de celos y rabia.

A la mañana siguiente, con la puntualidad de siempre, apareció Dionisio, esta vez con cuatro amigas.

Elena, como de costumbre, lo estaba esperando…

Se saludaron con graciosa amabilidad. A ella le pareció que él le guiñaba un ojo y le respondió con una sonrisa enigmática.

¡El estruendo fue tan fuerte como la furia con que cayó la palmeta!

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