Helena y Juan se conocieron en otoño, luego
se dijeron novios y compartieron sueños de futuro.
Cuando Helena heredó de su abuela un terreno
esos sueños comenzaron a hacerse realidad. Ambos trabajaban y proyectaron
construir una casa pequeña: dormitorio, cocina comedor y baño dejando
planificados para el futuro uno o dos cuartos para los niños que vendrían con
el tiempo.
Con un pariente constructor y ayudando
siempre en los momentos libres, ladrillo sobre ladrillo se fueron elevando las
paredes. Un crédito tomado en un Banco ayudó a completar los fondos que
faltaban para darle fin. Luego de un año de arduo y constante trabajo, techo,
pisos, puertas, ventanas y algunas rejas estaban en su lugar dando por
terminada la pequeña casa que luego el pincel vistió de blanco.
También Helena se vistió de blanco y un día
de mayo se casaron.
La vida transcurrió feliz para la joven
pareja. En la primavera canteros y macetas se llenaron de flores.
Un día de octubre amaneció soleado, caluroso
y con un leve viento del norte que se hizo más intenso con las horas. Pasado el
mediodía el clima era agobiante y sobre el horizonte sur las nubes se fueron
acumulando presagiando la tormenta. Mediaba la tarde cuando grandes nubarrones
oscuros ocultaron el sol y, cual fuegos de artificio los relámpagos precediendo
los truenos estallaron en un majestuoso espectáculo natural. La lluvia comenzó
antes del fin del día cayendo torrencialmente sobre la ciudad y los campos y
siguió sin pausa durante toda la noche. Al día siguiente el cielo aún estaba gris,
el trueno retumbaba a la distancia y la lluvia caía lentamente.
Llovió varios días. El rio comenzó a subir,
primero desbordó su cauce inundando las orillas, luego avanzó sobre las casas y
se llevaron los primeros evacuados. Esto ya había pasado muchas veces antes.
La casa de Helena y Juan no estaba lejos del
río pero decían los vecinos que hasta allí nunca había llegado el agua por eso
estaban tranquilos. Pero, pasaban los días y seguía lloviendo intensamente, el
río se fue ensanchando y una mañana llegó hasta el borde dela casa y más tarde,
como un intruso, empezó a entrar
lentamente.
Tuvieron que marcharse, levantaron algunos
muebles, guardaron varias prendas para uso personal y partieron en silencio.
Dos días después el cielo escampó,
tímidamente el sol asomó entre las nubes grises y el temporal llegó a su fin.
Día a día el agua fue bajando.
Cuando Helena y Juan regresaron a la casa, un
fino limo aceitoso y maloliente cubría el piso y ensuciaba las paredes varios
centímetros hacia arriba. Helena comenzó a llorar, se sentía vacía y sin fuerzas.
Caminó hasta el jardín y allí vio las flores que colgaban muertas de las
macetas o se aplastaban junto a un montón de desperdicios en los canteros. De
pronto oyó algo que le preció un débil quejido, volvió la cabeza en su
dirección y allí, mojado y asustado en un rincón, estaba un pequeño gatito,
increíble sobreviviente del desastre. Lo tomó en sus brazos, lo arropó y sintió
que algo le había regalado el río. Lo secaron, lo alimentaron y lo llamaron
BARRO porque ese era su color.
Limpieza, desinfección y nuevas flores dieron
otra vez vida a la casa, en tanto el río torrentoso saltaba en su cauce
buscando apresurado su salida.
Ha pasado mucho tiempo. Nadie recuerda ya la
inundación. Esta tarde al caer el sol una luna redonda y rojiza subió por el
fondo del río, allí donde se pierde entre los árboles. Hace calor y es
medianoche. La casa de Juan tiene un nuevo cuarto y por su ventana abierta la
blanca claridad ilumina la pequeña cuna donde un niño duerme. Sobre la alfombra
vela sus sueños un hermoso gato gris.
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