Acá estoy yo, observando
el gran árbol que se refleja suavemente sobre mí y las nubes que de lejos
parecen ser intensos suspiros. Mientras mis huéspedes los peces no dejan de
hacerme cosquillas voy recordando una tarde de verano a la espera de mi vieja
amiga Josefina, a quien yo prefiero llamarle Jose, una mujer radiante, llena de
vida, con una voz especial y la mirada más sonriente que nadie jamás haya
visto. Jose solía visitarme todos los jueves, traía con ella una manta, la cual
dejaba caer lentamente en el piso, se sacaba las zapatillas e introducía sus
pies dentro de mí, luego empezaba a contarme sobre sus proyectos y su vida
diaria. Ella solía decir que soy lo más hermoso que sus ojos descubrieron y se
despedía siempre con alguna canción alegre de las que componía mientras me
contemplaba. Yo, por mi parte, sólo la escuchaba y observaba lo feliz que era,
también deseaba verla más seguido, oír su voz se me había hecho costumbre, las
canciones que componía, sus pies... ¡sus maravillosos pies! Era feliz de sólo
saber que era jueves e iba a volver a verla. Mientras esperaba a Jose me
distraje con un perro callejero que no paraba de perseguir su cola; de repente
empiezo a oír un llanto, uno horrible, lo peor es que provenía de ella, sí, de
mi alegre Jose que se derrumbó en el piso y no hizo más que llorar cada vez con
más y más intensidad… pero, ¿qué podría haber pasado? Allí me encontraba yo,
listo para oírla. Ella estuvo un momento tratando de calmarse, sacó sus
zapatillas, sus pies entraron en mí, sentí su dolor, esa mujer estaba triste,
como si nada ya tuviera sentido, como si todos sus proyectos fueran… la nada
misma. Tenía el corazón destrozado, los ojos le brillaban de tristeza y de su
cara caían lágrimas que venían lentamente hacia mí, estas poseían un sabor
amargo y Jose me agradecía como si tan solo yo pudiese darle fuerza para
continuar, como si fuera yo parte de ella misma… después de escucharla decirme
“gracias” varias veces seguidas, sacó sus pies del “paraíso” (como ella me
llamaba) y salió caminando con la cabeza hacia abajo, sin canción, sin alegría,
sólo ella y su viejo par de zapatillas que iban colgadas de su mano. Lo único
que me quedó ese día fue el dolor de esa muchacha, de mi querida Jose. Ya no
podía esperar a que sea jueves, absolutamente nada importaba más que verla
sonreír.
El tiempo se pasó tan
lento que fue desesperante… hasta que el día llegó, no era muy buen jueves que
digamos, llovía a cantaros, las gotas me atravesaban como violentos puñales, pero
nada, nada podía doler más que seguir sin saber de ella. Ese día me visitó un
grupo de jóvenes para nada agradables, jugaban a escupirme, el ganador era
aquel que llegase más lejos, no pararon su absurdo juego hasta aburrirse y
luego comenzaron a tirar basura dentro de mí. Definitivamente, todo estaba mal
y yo seguía sin ver a Jose, nadie nunca iba a saber lo importante que era esa mujer
para mí, un simple río al que nadie se tomaba tiempo para apreciarlo.
La noche cayó como caen
las hojas de un árbol en otoño, la tristeza abundaba en mí como si el mundo se
me viniera abajo. Fue en esa misma noche llena de pensamientos oscuros cuando
logré sentir sus pies, ahí estaba Jose, ¡mi Jose!, después de tanto añorar su
presencia allí estaba, pero nunca imagine lo que iba a suceder… cada vez se
acercaba más a mi interior, yo tapaba sus rodillas mientras ella pasaba sus
manos dulcemente sobre mí, tenía los ojos cerrados y me hablaba de un final
feliz del cual yo no entendía mucho, sólo quería que regrese a la orilla, la
correntada estaba furiosa y se iba a desquitar con ella, pero no, ni un paso
atrás, seguía avanzando como si nada, yo empecé a recordar que me había
confesado que nunca en sus veinte años había aprendido a nadar y que por eso de
ningún modo se sumergía en mí, pero como si eso no le importara seguía
introduciendo su cuerpo, yo apenas estaba pasando su cintura y fue en ese mismo
momento donde me di cuenta de todo; la muchacha estaba ingresando en el mundo
al que sentía que pertenecía, era ahí, en ese preciso momento, cuando todo para
ella se hacía agua… Sentí las puntas de su cabello entrar, yo todavía no cubría
su boca, ¡Jose estaba a tiempo!, ¿era ese el fin?... seguía avanzando
lentamente, ahora en puntas de pie, la correntada cada vez más intensa y sin
poder hacer nada comienzo a sentir cómo mi querida amiga entraba en mí para ya
no salir jamás, su cuerpo se iba deslizando hacia abajo y de su boca surgía una
burbuja tras otra, sus manos no dejaban de moverse, Jose estaba utilizando toda
su fuerza, ¿acaso estaba arrepentida?, pero, ¿qué podía yo hacer? ¡Ya era
tarde! Ella dejó de moverse y por último su cuerpo tocó lo más profundo.
Ahora los días pasan
rápido, ya no importa que sea jueves, ella me escogió como su hogar, y, a pesar
de saber que esa mujer fue única, acá, me encuentro yo, esperando otro alguien
que logre verme más allá y me deje darle lo mejor de mí. Mientras tanto, sé,
que nunca más estaré solo. Jose vive aquí.
Muy bueno! Excelente. Felicitaciones a la autora.
ResponderEliminarGran recurso: "las gotas me atravesaban como violentos puñales".
En lo ultimo deseaba que se convierta en sirena de rio...:)