lunes, 26 de marzo de 2018

En lo más profundo - Milagros Terzaghi


Acá estoy yo, observando el gran árbol que se refleja suavemente sobre mí y las nubes que de lejos parecen ser intensos suspiros. Mientras mis huéspedes los peces no dejan de hacerme cosquillas voy recordando una tarde de verano a la espera de mi vieja amiga Josefina, a quien yo prefiero llamarle Jose, una mujer radiante, llena de vida, con una voz especial y la mirada más sonriente que nadie jamás haya visto. Jose solía visitarme todos los jueves, traía con ella una manta, la cual dejaba caer lentamente en el piso, se sacaba las zapatillas e introducía sus pies dentro de mí, luego empezaba a contarme sobre sus proyectos y su vida diaria. Ella solía decir que soy lo más hermoso que sus ojos descubrieron y se despedía siempre con alguna canción alegre de las que componía mientras me contemplaba. Yo, por mi parte, sólo la escuchaba y observaba lo feliz que era, también deseaba verla más seguido, oír su voz se me había hecho costumbre, las canciones que componía, sus pies... ¡sus maravillosos pies! Era feliz de sólo saber que era jueves e iba a volver a verla. Mientras esperaba a Jose me distraje con un perro callejero que no paraba de perseguir su cola; de repente empiezo a oír un llanto, uno horrible, lo peor es que provenía de ella, sí, de mi alegre Jose que se derrumbó en el piso y no hizo más que llorar cada vez con más y más intensidad… pero, ¿qué podría haber pasado? Allí me encontraba yo, listo para oírla. Ella estuvo un momento tratando de calmarse, sacó sus zapatillas, sus pies entraron en mí, sentí su dolor, esa mujer estaba triste, como si nada ya tuviera sentido, como si todos sus proyectos fueran… la nada misma. Tenía el corazón destrozado, los ojos le brillaban de tristeza y de su cara caían lágrimas que venían lentamente hacia mí, estas poseían un sabor amargo y Jose me agradecía como si tan solo yo pudiese darle fuerza para continuar, como si fuera yo parte de ella misma… después de escucharla decirme “gracias” varias veces seguidas, sacó sus pies del “paraíso” (como ella me llamaba) y salió caminando con la cabeza hacia abajo, sin canción, sin alegría, sólo ella y su viejo par de zapatillas que iban colgadas de su mano. Lo único que me quedó ese día fue el dolor de esa muchacha, de mi querida Jose. Ya no podía esperar a que sea jueves, absolutamente nada importaba más que verla sonreír.
El tiempo se pasó tan lento que fue desesperante… hasta que el día llegó, no era muy buen jueves que digamos, llovía a cantaros, las gotas me atravesaban como violentos puñales, pero nada, nada podía doler más que seguir sin saber de ella. Ese día me visitó un grupo de jóvenes para nada agradables, jugaban a escupirme, el ganador era aquel que llegase más lejos, no pararon su absurdo juego hasta aburrirse y luego comenzaron a tirar basura dentro de mí. Definitivamente, todo estaba mal y yo seguía sin ver a Jose, nadie nunca iba a saber lo importante que era esa mujer para mí, un simple río al que nadie se tomaba tiempo para apreciarlo.
La noche cayó como caen las hojas de un árbol en otoño, la tristeza abundaba en mí como si el mundo se me viniera abajo. Fue en esa misma noche llena de pensamientos oscuros cuando logré sentir sus pies, ahí estaba Jose, ¡mi Jose!, después de tanto añorar su presencia allí estaba, pero nunca imagine lo que iba a suceder… cada vez se acercaba más a mi interior, yo tapaba sus rodillas mientras ella pasaba sus manos dulcemente sobre mí, tenía los ojos cerrados y me hablaba de un final feliz del cual yo no entendía mucho, sólo quería que regrese a la orilla, la correntada estaba furiosa y se iba a desquitar con ella, pero no, ni un paso atrás, seguía avanzando como si nada, yo empecé a recordar que me había confesado que nunca en sus veinte años había aprendido a nadar y que por eso de ningún modo se sumergía en mí, pero como si eso no le importara seguía introduciendo su cuerpo, yo apenas estaba pasando su cintura y fue en ese mismo momento donde me di cuenta de todo; la muchacha estaba ingresando en el mundo al que sentía que pertenecía, era ahí, en ese preciso momento, cuando todo para ella se hacía agua… Sentí las puntas de su cabello entrar, yo todavía no cubría su boca, ¡Jose estaba a tiempo!, ¿era ese el fin?... seguía avanzando lentamente, ahora en puntas de pie, la correntada cada vez más intensa y sin poder hacer nada comienzo a sentir cómo mi querida amiga entraba en mí para ya no salir jamás, su cuerpo se iba deslizando hacia abajo y de su boca surgía una burbuja tras otra, sus manos no dejaban de moverse, Jose estaba utilizando toda su fuerza, ¿acaso estaba arrepentida?, pero, ¿qué podía yo hacer? ¡Ya era tarde! Ella dejó de moverse y por último su cuerpo tocó lo más profundo.
Ahora los días pasan rápido, ya no importa que sea jueves, ella me escogió como su hogar, y, a pesar de saber que esa mujer fue única, acá, me encuentro yo, esperando otro alguien que logre verme más allá y me deje darle lo mejor de mí. Mientras tanto, sé, que nunca más estaré solo. Jose vive aquí.

1 comentario:

  1. Muy bueno! Excelente. Felicitaciones a la autora.

    Gran recurso: "las gotas me atravesaban como violentos puñales".

    En lo ultimo deseaba que se convierta en sirena de rio...:)

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